Gabriela Mirza es escritora, mediadora, amante de los niños, los libros y la música. Es también la primera invitada de este portal y nos cuenta sobre su experiencia de aprendizaje en el centro educativo y librería Espantapájaros , a cargo de Yolanda Reyes, en Colombia. Escribe sobre las bebetecas, el sonido, la voz, el desarrollo y las familias. Y sobre los avatares con los que se ha encontrado la biblioteca El Sonido de los Libros, que aún sueña con un reino de posibilidades.
Estaba en la playa pocos días después de aterrizar, con el aire y el viaje a Colombia frescos. Leía la extensa dedicatoria que me escribió Yolanda Reyes en su último libro, llamado
Reino de la Posibilidad. También sacudía la arena que siempre se gana en donde se juntan las hojas de los libros. Así me llegó la invitación para escribir esta nota.
A fines de octubre de 2021 pude concretar, pandemia mediante, la beca Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística del Ministerio de Educación y Cultura que obtuve en 2019. La propuesta que postulé fue hacer la formación en literatura infantil en el centro educativo y librería Espantapájaros, creado y dirigido por Yolanda Reyes. Para quien no la conozca, ella es una referencia en la lectura para primera infancia, en especial para bebés. Después de que por muchos años estudié y me nutrí de sus palabras, este encuentro llegó con todos mis deseos multiplicados por el retraso de la apertura de fronteras. Llegó y significó muchísimo.
Por otro lado, el marco temporal del viaje es la coincidencia con el cierre de nuestra biblioteca
El Sonido de los Libros . Había pasado un mes y poco desde el momento en el que tuvimos que dejar el espacio que junto a Santi, mi compañero, ofrecíamos a la comunidad de manera totalmente gratuita. Esto nos trajo las mil angustias. Así era nuestro paisaje interno a la hora de embarcar. Acotación: al escribir esta nota seguimos en vueltas, volteretas, ruedas de carro y saltos mortales.
El viaje a Colombia, también entrelazado con la problemática tremenda que vive este país, puso ante mi vista varias cosas que suceden cuando ese reino de la posibilidad puede ser libros, puede ser infancia, puede ser.
A la hora de viajar no estaba en ningún reino y más bien todo era imposibilidad: imposible hacer, imposible creer todas las peripecias que un espacio cultural puede vivir, imposible todo lo que importa más que una biblioteca.
Y así fue el despegue: todo tapabocas, todo alcohol en gel, todo desinfección, todas las distancias insólitas: mucho frío.
Me imaginaba las preguntas que me haría Yolanda después de unos días de entrar en confianza. Con qué palabras se puede contar lo que pasó allí; toda la maravilla, todo el dolor, con qué palabras.
Por suerte, pude volver a mis preguntas iniciales, preguntas que crecen por años. Las bebetecas, los libros álbum, el sonido, la voz, el desarrollo, las familias, las propuestas: un hilo a desenrollar.
Una de las preguntas que me rondaban desde las primeras bebetecas que hicimos en el Idejo hace diez años (¡pufff, pasa el tiempo!) tenía que ver con el manejo de los libros. Por nuestra cultura, no es habitual encontrar en los centros educativos o espacios para la primera infancia instalaciones con los libros dispuestos de manera accesible para los más pequeños, con materiales de calidad en espacios amplios y abundantes de posibilidades lectoras, donde se puedan autogestionar en gustos e intereses. En general, en Uruguay estamos muy lejos de propiciar estos espacios y más lejos aún de sostenerlos de manera regular.
Otra pregunta que me rondaba tenía que ver, claro, con el factor adulto. ¿Qué pasaría si un bebé tuviera en su centro de referencia, año tras año, este acceso rico y cotidiano a los libros, y, además, adultos que no estuvieran enfocados en el cuidado de sus libros y sí en su uso? Acá estoy abriendo, con pocas palabras, un tema que me parece enorme. Para sintetizar, las mayores resistencias para que los bebés investiguen los libros son de los adultos. Familiares y educadores insisten en llenar de no a los libros:
la boca, no
así no que se rompe
ese no porque no es para vos
y mil
no más.
A los libros hay que cuidarlos , escuchamos muchas veces en nuestros talleres, muchas más que
a los libros hay que leerlos.
Vuelvo a mi pregunta: ¿qué pasaría si un bebé se encuentra con esta posibilidad de investigación desde cero, de adultos que no los llenaran de
no en cada exploración, con libros disponibles, abundantes, variados?
Y sí, señores, ¡lo comprobé!
🎶Pam para bam, pam pam, pam pam, pam pam🎶
Si usted deja chupar un libro a su bebé –y es posible que en los primeros años rompa alguno, porque eso forma parte de su aprendizaje motriz– y usted no arma una escena dramática, y si no se hincha la vena cuando el pequeño aplasta un libro para trasladarse, y así en un grupo de pares en donde todos comparten ese espacio, sí, sí, sí, ¡sucede la maravilla!
Pueden pensar que estoy exagerando. Puede ser, pero lo vi con mis propios ojos. Puede que todo el jardín estuviera actuando, niños y niñas de uno a cuatro años; puede que sí.
En ese espacio mágico, esa biblioteca cuidada al milímetro en contenido, en trato, en disposición, los niños y niñas entran con sus grupos, con suma experiencia investigan, toman, devuelven, buscan, preguntan y, sobre todo, disfrutan y se interesan, y así eligen libros para llevarse a su casa, y ven el registro de préstamos y algunos rituales más que hacen a la importancia del momento. Pasó un grupo, otro grupo, otro grupo, de uno, de dos, de tres, de cuatro años, un día, otro día, otro más. Así, dos semanas. Puedo creer que sí, que es cierto, que no puede estar preparado. A ningún niño se le ocurrió romper un libro, ni de gusto ni por accidente, a ningún niño le pasó que los descuidara al punto de poner en riesgo su integridad (la del libro). No, no pasó. Y no pasó y nadie tuvo que hablar de eso, ni poner reglas, ni decir lo importante que es cuidar los libros. Solo sucede. Solo sucede. Claro que no sucede solo, detrás de este fluir entre libros e infancia hay años de una acumulación de detalle tras detalle en la que todo va a favor. Hay mucho pienso atrás y mucha acción consecuente, y, claro, detrás de esa fluidez está la gran Yolanda, que aun sin estar presente en todas las instancias de lectura e intercambio de libros de cada grupo propicia que cada adulto que está ahí sea vehículo de esa corriente que ella propone, y que trae consigo todo lo que a ella también la ha nutrido.
Y sí, puedo encontrar los mil peros: es un centro de educación privado con grupos pequeños, pero sabemos que los recursos sin intención traducida en acción no alcanzan. Los recursos solos no generan lectores.
Otro factor parece estar en el entorno, creo que Espantapájaros no sería posible sin pensar en el extenso e intenso trabajo en bibliotecas que hay en Bogotá. Recorrí espacios diversos de bibliotecas, algunos llenos de almohadones y cariño, algunos que parecían una parada de ómnibus, otros enormes en infraestructuras frías, con pisos helados y estantes para la infancia llenos de libros ocultos en sus lomos, con una disposición al revés de lo que puedo pensar atractivo. En otra biblioteca intentaron cachearme para entrar y también que pasara por un escáner. De todo. En estas experiencias, bien variadas, en todas, hasta el guardia con aparatos de luces ultravioletas, todos querían que pasara, me recibían, me ofrecían pasar. En todos estos espacios había lectores, gente yendo y viniendo en actividades comunes para su cotidianidad; no había nada raro en entrar y estar en una biblioteca.
Espantapájaros es un centro que toma ese trabajo que hay en Bogotá a su favor y con ese bagaje genera un espacio educativo potente, en donde los libros y la infancia son prioridad, son faro. Pegado al centro educativo tienen una librería con una muy cuidada propuesta. Esto también me pareció importante. Los libros que son para vender no están sacralizados.
Ellos leen también allí, reordenan, eligen compras para su salón, piden cosas que no hay. Está la famosa cesta de los más mordidos, que son libros que tienen la aprobación de niños y niñas que han pasado por ahí. Ah, y también alguna marca humana.
El impacto del encuentro con Yolanda sigue siendo muy grande, hay algo que no podría nombrar, una manera de mirar y de escuchar, pocas acciones, todas concretas y claras, lo demás en ella pareciera estar en el mundo de la ensoñación, un ir y venir entre pensamientos, vínculos. Son charlas que atesoro, que me seguirán aportando en la memoria.
Pienso en ese reino de la posibilidad, miro nuestra realidad de no tener un espacio cerrado de dos metros por tres para poner a disposición nuestros materiales, saberes, vínculos y tiempo, y ¡ay!
Pienso en la gente de estas tierras que día a día propone ofrecer con una sonrisa y sin ningún apoyo libros y propuestas culturales de calidad. Un derecho vulnerado a la infancia a rescatar entre pocas decenas de personas. Personas hermosas con banderines de colores para avisar que ahí sí, que no será un reino entero pero puede ser un refugio posible. Aprovecho para agradecerles a este manojo de propiciadoras salpicadas por Uruguay. Aprovecho para decir que, por suerte, existe la biblioteca popular de Shangrilá: que exista es un alivio para el corazón.
Puedo decir que este encuentro con Yolanda y las vivencias en Espantapájaros siguen evidenciando contrastes.
El reino de la posibilidad
El reino de la posibilidad
El reino de la posibilidad
como mantra
como plegaria
como sostén
Una gota de tinta decide caer al agua
juega a expandirse
¿se teñirá el agua?
¿se diluirá la gota?