La ira de un tipo de la calle:
un encuentro con Federico Ivanier

por Virginia Mórtola / 22 de Junio de 2022




Fotografía: Federeico Ruiz Santesteban
 Una charla con el reconocido escritor, guionista y docente uruguayo Federico Ivanier. En el living de su casa, tomando té, conversamos sobre sus múltiples proyectos, el lugar de la escritura, el queso gruyer, los premios, un cuento chino, y otros desvíos de la vida.

Federico Ivanier es un destacado autor de literatura infantil y juvenil (LIJ) uruguayo que ha desarrollado una escritura contundente, una labor sostenida y meticulosa. En sus libros los personajes buscan un espacio en el que estar y, sobre todo, ser. Atravesados por desafíos, interrogantes, padecimiento, curiosidad; la acción los mueve hacia aventuras vinculadas con las circunstancias de la existencia y el crecimiento. Martina Valiente (2004), su primera novela, este año cumple la mayoría de edad. A partir de allí, publicó una veintena de novelas infantiles y juveniles entre Uruguay, Argentina, Colombia y México. Su escritura es precisa, contundente, con una prosa fluida que lleva al lector tanto por mundos fantásticos como por escenarios cotidianos. Ganó cuatro Bartolomé Hidalgo – Martina Valiente en 2004, Martina Valiente II: la cara del miedo en 2005, Tatuajes rojos en 2015 y Nunca digas tu nombre en 2020– ; y varios Premios Nacionales de Literatura, en los que obtuvo el primer premio en la categoría inéditos con Martina Valiente, El secuestro de Lucía Star, El viaje del capitán Tortilla y Épicas cucarachas rocanroleras , en la categoría éditos obtuvo el segundo premio con Alas en los pies, Tatuajes rojos y Nunca digas tu nombre ; ésta última novela, a su vez, fue finalista dentro del Premio de Fundación Cuatro Gatos, 2022.

Cuando era niño su madre le leía mucho y lo llevaba a la biblioteca de AEBU, de donde recuerda que sacaba de a tres ejemplares. Un día, estaba muy enganchado con un libro de René Guillot, perteneciente a una serie de libros cuyo personaje central era un chico que vivía en la taiga siberiana. Su madre entró a bañarse, pero él igual pidió que le leyera. Ella respondió que podía hacerlo él mismo. Federico piensa que su mamá tuvo mucha razón. Tenía siete años, y a partir de ese momento arrancó a leer novelas.

Tuvo varios trabajos: fue cadete, empleado en McDonald’s, incluso recibió una propuesta para trabajar en el puerto de Montevideo, pero no aceptó. Siempre le resultó sencillo decir que no. Empezó la carrera en Ciencias de la Comunicación, llegó a inscribirse en Psicología, pero egresó de la Licenciatura en Sociología de la Universidad de la República, aunque nunca ejerció. Es docente de inglés Tesol egresado de Trinity College. Estudió guion en la Universidad de California en Los Ángeles y literatura creativa en la Escuela Tai de Madrid.

Vive en una calle arbolada de Parque Batlle. Apenas golpeé la puerta, escuché un chancleteo manso bajar la escalera. Estaba solo en su casa, donde se mudó hace poco con sus dos hijos. Me ofreció té, así que fuimos directo a la cocina. En la heladera se sostienen con imanes tres caricaturas de él dibujadas por sus hijos. En una de ellas Federico grita Roc con los brazos en alto y mirada descacharrante. Esa la hizo Seba, su hijo de diez. Arriba, una lista titulada Piropos , que escribió Joaco, el mayor, cuando era niño. Se lee: Tenés mucha empatía. Sos gracioso. Sos divertido. Sos colaborativo. Pensás en los demás. No dejás a nadie afuera. Contigo entiendo las cosas mejor. Pero sobre todo sos un Buen Padre! Ahora, que Joaco es un adolescente, para Federico es un misterio qué diría.

Con una bandeja con tazas, tetera y tés de varios sabores, fuimos al living.

¿Qué tal si empezás contando en qué estás ahora?

Estoy en muchas cosas. Por un lado, trabajo en una recreación de una parte de mi vida conectada con mi madre, por la que gané el FEFCA [Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística, que otorga el Ministerio de Educación y Cultura]. Tengo que terminar a fin de año, pero es un proyecto de largo aliento, así que me planteo tener un borrador confiable. Después, estoy en la etapa final de Casa durmiente , una adaptación muy libre de La bella durmiente , en un contexto del siglo XXI.

¿Novela?

Novela, con toques de terror y fantasía, narrada del lado del príncipe. También estoy con Willy en el espacio , una serie de animación 3D. La animación tiene muchas etapas, todas complejas, caras, demandantes. Ahora estamos en posproducción. A la vez, se empezó a filmar Variaciones de Koch , basado en un libro de Manuel Soriano; la adaptación del guion es mía y de Julián Goyoaga, que es el director. Y con Pablo Stoll estamos trabajando en la serie de Papá no es punk . Ganamos algunos fondos, pero son de desarrollo. Además, siento que tengo que aprender cosas que no sé y decidí empezar a estudiar.

¿Qué vas a estudiar?

Me inscribí en la Licenciatura en Letras. Tengo una necesidad de hacer un giro en lo que escribo.

¿Cómo tomaste la decisión?

Siento que no tengo formación como escritor.

Explicame eso.

Tengo formación como guionista y estudié literatura creativa en España, pero me falta formación literaria. Me faltan lecturas, me falta pensamiento. Estoy estudiando Literatura Grecolatina y Literatura Inglesa. Estoy copado. Además, estoy dando clases de inglés y, obviamente, criando hijos.

¿Cuándo la escritura empezó a merodear tu existencia?

A los trece escribí un cuento llamado Tíndalos . En realidad, era una especie de videoclip de un personaje atrapado en un mundo onírico. Lo más importante ahí no fue el cuento en sí, sino el acto: me puse a escribir por cuenta propia, sin nadie que me lo pidiera. Eso es lo que hace un escritor y yo acababa de hacerlo, aunque no fuera muy consciente de eso. Solo supe que debía seguir y lo hice. Escribía a máquina y después me olvidaba de lo que había escrito. Cuando mi mamá falleció encontré una carpeta con todos los cuentos que escribí en mi adolescencia. Era una carpeta inmensa. En esa época, desde los trece en adelante, digamos, quería entender cómo se escribía una novela, porque si existía una forma para hacer un edificio tenía que haber una manera de escribir una novela. Mi cabeza era de guionista: entendía la novela mucho más desde la historia y la estructura que por el lado del lenguaje.

¿La estructura es importante para vos?

Sí. Me parece que a la larga todos los escritores conforman una estructura dentro de sus textos. Si las novelas están bien, hay una estructura interna al texto. Lo que pasa es que hay autores que hacen foco en otro lado, pero no quiere decir que la estructura esté ausente. Si vos sentís que el libro tuvo un final, es porque hay una estructura.

Fotografía: Federeico Ruiz Santesteban
¿Cuando escribís tenés presente la estructura desde el inicio?

No, voy siempre tanteando qué me convence y qué no. Muchas veces no sé. De hecho, Casa durmiente tuvo por lo menos dos versiones muy distintas: una con un personaje central y otra con cuatro personajes centrales. Y lo que termina ocurriendo en cada una es bien distinto, a pesar de que tiene una línea semejante. En un momento me di cuenta de que con un personaje solo no sostenía la historia, entonces decidí agregar tres más para ver cómo funcionaba, y descubrí que se convertía en otra cosa. Me tomé un año para trabajar ese borrador, que finalmente abandoné para volver al original, con un solo personaje.

¿Explorás todos los caminos que se te ocurren?

Sí, por eso me lleva tanto tiempo.

¿Pero sos muy productivo?

Por lo general, trabajo en más de un proyecto a la vez. Hace unos años estaba en condiciones de sacar dos libros por año. Incluso hubo un año en que saqué tres, ahora me parece absurdo.

¿Qué cambió?

Que estoy más viejo. (Ríe)

¿Y qué te trajo la vejez?

Antes, cualquier idea me entusiasmaba. Lo sentía como un desafío. Hoy por hoy, no. Me cuesta entusiasmarme con las ideas y sentirme seguro. Haber escrito mucho me ha traído una sensación de duda y también una conciencia de mis limitaciones: esta idea de ser un queso gruyère , con agujeros por dentro. Todo me lleva más tiempo. Aunque siempre traté de tomarme mis tiempos; por ejemplo, cuando escribí Martina Valiente y gané el Premio Nacional de Literatura del MEC, me ofrecieron publicarlo, pero preferí esperar. Hice un taller y trabajé en la novela hasta que sentí que estaba pronta. Cuando arranqué a publicar, ya tenía treinta y un años y había estado escribiendo desde los trece…

¿Cómo fue ese momento?

Increíble. Llevaba mucho tiempo aspirando a ser escritor con obra publicada. Fue como llegar a una fiesta; una fiesta a la que había querido llegar desde hacía mucho rato. Igual, nunca saqué un libro que no estuviera lo suficientemente trabajado o del que no me sintiera seguro. Con el paso del tiempo, ni que hablar que retomaría libros y los reescribiría (o al menos reescribiría ciertas partes), pero no siento que me arrepienta de ninguno de ellos.

¿Tenés algún favorito?

Con todos los libros me vinculo distinto. Tengo libros con los que el vínculo es muy fuerte, Martina Valiente , por ejemplo. Más acerca de novias y fútbol El colegio de los chicos perfectos, Alas en los pies, Papá no es punk, El bosque, Tatuajes rojos, Nunca digas tu nombre , son libros que necesitaría salvar si llegara el apocalipsis mundial. Pero por todos siento afecto y tranquilidad al compartirlos.

Esta es una pregunta difícil.

Me gustan las preguntas difíciles.

¿Para vos qué significa escribir?

Pienso que es un instrumento para vincularte con la vida, en un espectro amplio. Vincularte con tu propia vida, con tu historia, tus traumas, con tu necesidad de hacer algo con lo que te pasó. No es casual que sintonice con gurises de doce, trece, catorce años; porque esos años fueron muy centrales para mí. Sé lo que puede hacer un libro en ese momento, y siento la necesidad de dirigirme a ese interlocutor, que es un Otro, con mayúscula, y, al mismo tiempo, no.

¿Cómo fueron esos años?

Fueron entreverados, porque mi madre era una enferma psiquiátrica crónica, no tratada, con delirios, y yo era un gurí muy solitario. Eso formó un cóctel complejo. Entonces, hay un cierto otro, que también soy yo, al cual necesité dirigirme. Me interesa mucho el efecto que tiene lo que escribís en un lector, esa sensación que yo sentí al leer y que quería conseguir en mis libros. Martina es el primer libro que escribí, y me ha escrito gente que leyó la novela hace, por ahí, quince años y todavía la conserva no solo físicamente sino también emocionalmente. Eso habla de la sensación a la que me refería. En cierto sentido, al ser el primer libro que escribí, seguramente hubo un contacto muy estrecho con mi propio inconsciente, toqué algo que, para otros, toca cosas también. Eso era lo que yo ansiaba, esa conexión.

Fotografía: Federeico Ruiz Santesteban
¿En ese momento de los doce, trece hasta los dieciséis, te aferraste a algo?

Sí, leía. Iba a canjear mis libros a Tristán Narvaja, porque no tenía mucha plata. Leí mucho a Stephen King. Aunque sigo teniendo sus libros, no es alguien que lea mucho hoy, pero en ese momento, en mi adolescencia, era una voz con la que podía contar, y tenía un mundo con el que me podía vincular simbólicamente: un mundo en destrucción o con el germen de la destrucción metido adentro.

¿Te parece que tenés algún tema que insiste?

Creo que todas mis novelas son acerca de la identidad. En algún punto los personajes se cuestionan, deben construir quiénes son y, para responderse plenamente, deben dejar algún miedo atrás. Si vos tenés que decir de qué carajo va mi obra mirada globalmente, vas a ver que tiene fantasía, cosas más realistas, comedia, cosas más de corte dramático, pero la búsqueda de la identidad es un elemento permanente.

¿Escribir sobre la identidad para encontrar la identidad?

Sí, claro. Ni que hablar. La identidad es el relato que te hacés a vos mismo acerca de vos mismo. Esa búsqueda está en el conjunto de mi obra, no creo que pueda eludir eso. Pero ahora estoy necesitando hablarle, además, a un yo que está en otro lado.

¿Dónde está?

En experiencias más adultas, en experiencias que tienen que ver con la paternidad, con la construcción de una vida en pareja, con la felicidad. Mi padre siempre me contaba un cuento chino: La ira de un tipo de la calle . El rey le quería comprar unas tierras y el tipo no se las quería vender. El rey le decía: «¿Usted sabe lo que es la ira de un rey? Con la ira de un rey corren ríos de sangre y se inundan los mares de rojo». Y el tipo le respondía: «¿Usted sabe lo que es la ira de un particular? La ira de un particular es un hilito de sangre». Es un cuento que siempre me cautivó porque se refiere al tamaño, a las posibilidades que todos tenemos, por pequeñas que sean, de intervenir en el mundo. Yo quiero encontrar ese hilito. No puedo teñir el mar de rojo ni hacer que corran ríos de nada, pero puedo buscar un hilito, una cosa pequeña pero potente para decir.

Has sido muy premiado. ¿Qué valor les das a los premios?

Los premios validan tu laburo, lo vuelven visible. No son un dato objetivo de nada, no significa que seas mejor que nadie. Los premios son muy subjetivos, es muy difícil demostrar que una novela es mejor que otra, inevitablemente entra en juego la subjetividad del jurado. De todos modos, es parte del trabajo de ser escritor. Tu trabajo se sostiene en la subjetividad ajena. Por tanto, nunca me la creí mucho con ningún premio. Los agradezco mucho, en su momento me ayudaron a que mi obra circulara. Por otra parte, todavía no gané ningún premio internacional. Fui finalista pero nunca gané. Por tanto, no sé qué valor le daría a un premio así porque nunca me pasó.

¿Y eso qué significa para vos?

Que tu proyección termina siendo más limitada. Acá me va muy bien; no soy de superventas ni nada que se le parezca, pero me va bien. Hacia afuera todavía no he podido tener una proyección, digamos, espectacular, pero tampoco me quejo. Hay libros míos afuera.

¿Cómo te sentís cuando terminás una novela?

Por lo general, siento alivio, porque en el origen la novela es una búsqueda de algo, y en un momento lo encontrás. En la novela tiene que haber algún punto que te emocione, que te ponga la piel de gallina. Tiene que haber un núcleo emocional. Toda novela necesita un núcleo emocional. Con Casa durmiente , todas las versiones que hice antes no tenían núcleo emocional, y me dije: «Tengo que volver a la semilla de esta idea y pensar dónde está este núcleo». A la larga, siempre está en los personajes; para mí, tenés que hurgar en los personajes y dejarte envolver por ese núcleo y emocionarte. Después de eso, es un acto de malabarismo: todo debe estar donde tiene que estar, la atención debe sostenerse, los personajes deben ser creíbles y definidos, los diálogos ser fluidos y propios de cada personaje, las descripciones justas, tiene que haber cohesión. En todos esos aspectos podés fracasar. Podés haber encontrado ese núcleo emocional, pero si fracasas en lo que mencioné antes, fracasa el libro. Y llega un momento en el que tenés que sacarte la historia de arriba. Con Nunca digas tu nombre estuve un año sin decir “ya está”. Me costó soltarla, aunque estaba pronta. Había tenido un proceso tan largo y de tanto cambio que no sabía soltarla, me parecía que no estaba bien.

¿Terminar implica atravesar un núcleo emocional, sobrevivir y haber encontrado algo para soltar?

Sí, haber recorrido todo el mar.