Así empieza Daniel Penac, Como una novela (Anagrama, 1993), un libro donde despliega sus ideas sobre las variadas formas en que la lectura y los libros preocupan a los adultos en relación a las infancias y adolescencias. Y lo hace con una prosa humorística, irónica, y tierna; plagada de momentos autobiográficos. En la cita anterior, la lectura se presenta como imperativo. Frente a esta propuesta dogmática la lectura se transforma en un acto de sumisión. Penac detalla, en este libro, otras varias manías humanas en torno a la lectura: la tendencia a impedir leer porque es una pérdida de tiempo, o porque el día está espléndido o porque ya es muy tarde. En este caso, leer se transforma en un acto de subversión. Habla sobre leer por deber y por placer y, también, recuerda los momentos íntimos en los que padres y madres fueron narradores nocturnos y las criaturitas: “todas las noches, se metía en los pijamas del sueño antes de fundirse debajo de las sábanas de la noche”.
“¡Qué pedagogos éramos cuando no estábamos ocupados por la pedagogía!”, escribe.
Sumisión, subversión, deber, placer, intimidad: ¿en qué lugar ubicamos a la lectura los mediadores? El gran Gianni Rodari, en Escuela de fantasía (Blackie Books, 2017) detalla nueve formas de enseñar a los niños a odiar la lectura. El punto nueve dice: “obligar a leer”Igual que para Gianni Rodari, para Penac, la obediencia, la imposición y el dogma no son el camino.
En el último capítulo de este libro, luego de varias páginas de reflexión, es donde detalla y profundiza sobre los diez derechos del lector, que Quentin Blake ilustró con gran acierto y se volvieron imprescindibles para los mediadores. Allí afirma: “En materia de lectura, nosotros, «lectores», nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura (...) si queremos que mi hijo, mi hija, que la juventud lea, es urgente que les concedamos los derechos que nosotros nos permitimos”. Y la urgencia sigue siendo la misma que hace tantos años atrás .
La idea de que la lectura humaniza es cierta, pero Penac propone evitar acompañar “este teorema con el corolario según el cual cualquier individuo que no lee debería ser considerado a priori un bruto potencial o un cretino contumaz”. Porque así es que se convierte a la lectura en una obligación moral y eso nos lleva a juzgar a los libros por su moralidad en función de criterios que no respetarán la libertad de crear. ”La libertad de escribir no puede ir acompañada de la obligación de leer”.
Sugiere, por ejemplo, que si tienen ganas de leer Moby Dick , pero se desaniman ante las disquisiciones de Melville sobre las técnicas de caza de la ballena, no es preciso que renuncien a su lectura sino que salteen esas páginas y persigan a Achab sin preocuparse del resto. “Un gran peligro les acecha si no deciden por sí mismos lo que está a su alcance saltándose las páginas que elijan, otros lo harán en su lugar. Se apoderarán de las grandes tijeras de la imbecilidad y cortarán todo lo que consideren demasiado “difícil”.
Existen miles de motivos para abandonar un libro antes del final: una historia que no engancha, la sensación de que es repetida, nuestra desaprobación hacia las ideas del autor, un estilo que espanta o una escritura que no nos invita a seguir. A esto hay que sumarle, dice Penac, “las caries dentales, las persecuciones de nuestro jefe en la oficina o un seísmo amoroso que petrifica nuestra cabeza (...) ¿El libro se nos cae de las manos? Que se caiga”.
Propone volver a leer aquello que nos ahuyentó en la primera lectura, releer sin saltarse un párrafo, releer desde otro ángulo, releer para comprobar algo. Pero, en especial, sugiere releer gratuitamente, “por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la comprobación de la intimidad” . Volver a encontrar lo que permanece y maravillarnos con los nuevos deslumbramientos.
Existen “buenos” y "malos” libros. Estas categorías dependen de ciertas variables: la reproducción de estereotipos preestablecidos, la simplificación, el uso del lenguaje, las destrezas para narrar, y más, Pero, también, no es sólo la literatura sino el mercado quien se encarga de poblar los estantes de las librerías. Disfrutar una lectura, propone Penac, es valioso. No hay porqué desvalorizar a quien lee aquello que no forma parte de nuestro canon. En todo caso, en lugar de prohibir o burlarse: ofrecer nuevos libros.
Así nombra Penac este derecho en el libro, en el afiche -con las ilustraciones de Blake- se lee: derecho a confundir la ficción con la realidad . Curioso cambio. El bovarismo o síndrome de madame Bovary es un estado de constante ilusión alimentada por las lecturas de ficción como forma de liberarse del agobio de la realidad. El bovarismo, para Penac, provoca una satisfacción inmediata, “la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco”.
Este derecho lo ejemplifica con la historia de un soldado que leía a Gogol encerrado en un baño. Dice: “el soldado Fulano vuela muy por encima de las contingencias militares”. Se puede volar muy por encima de todo tipo de contingencias: en un sillón, caminando, acostado boca arriba o boca abajo, de cabeza, de todas las formas que la comodidad lo permita.
Yo hojeo, nosotros hojeamos, dejémosles hojear.” “
Releer para maravillarse. Las palabras pronunciadas en voz alta cobran vida fuera de nosotros. Se independizan.
Releer es un acto de creación y amor.
“El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. (...) Nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad”.
Clarísimo.
Estos derechos, dedicados a los lectores, trascienden el respeto por la lectura y tocan las fibras del respeto por las diversas formas de elegir y habitar este mundo. Existen tantas maneras de leer, como de amar, y de soñar. Leer puede ser una tortura impuesta, un descanso elegido, una aventura asombrosa, una tarea empinada como escalar una montaña, puede provocar la emoción de una sorpresa, o todo esto junto. La posición del mediador es crucial, pues es quien ofrece los libros, acerca las historias, comenta las elecciones; será importante si prohíbe o habilita, desde qué lugar narra, cuál es el lugar de la valoración y el respeto hacia niñas y niñas, y qué tipo de mirada les dedica.
Reflexionando a partir de este gran autor y sus derechos, me tomé el atrevimiento de escribir: “Los deberes del mediador”, que Sabrina Pérez ilustró. Ojalá aporten para pensar nuestra posición, hacerla cociente, sabernos responsables de los efectos que puede provocar. Seamos mediadores respetuosos, comprensivos, habilitadores, desafiantes, llenos de hospitalidad, creativos, apasionados y amorosos