Celebramos los dos años de Túquiti conversando sobre la mediación de lectura y el misterioso, intangible, y necesario lugar de mediadores y mediadoras. La pregunta lanzada a las invitadas fue:
«¿Qué posición ocupamos los mediadores de lectura?». Antes de las respuestas están todas las posibilidades. En el intento de cazar alguna aproximación a esta reiterada interrogante Débora Núñez, Gabriela Mirza y Leticia Riolfo delinearon territorios, bosquejaron caminos y nombraron los hilos invisibles que tejen esta tarea.
En esta entrada encontrarán una autoentrevista —llena de humor, absurdo y muchos aciertos— escrita por Gabriela Mirza; y un recorrido de Débora Núñez por la biblioteca como lugar de encuentro, la mediación siempre con el otro, la pasión por la lectura, la caja de herramientas del mediador, y otra pregunta: «¿Por qué queremos que lean?»
Yo tenía algo preparado con tiempo y calma, pero esa mañana me pareció medio así, medio asá, muy volado, nada que sirva a alguien para algo. Ese día quería algo más.
Virginia me invitó a ser parte de un conversatorio en el día de la celebración de los dos años de Túquiti , un portal trampolín de todo el mundo que se despliega cuando se piensa, se abre, se hace, se escribe, se ilustra, se ordena, se corrige, se ofrece, se esconde y/o se lee un libro de literatura infantil y juvenil (LIJ).
La consigna era «¿Qué posición ocupamos los mediadores de lectura?».
Yo tenía algo pronto, sí, pero no me alcanzó, así que aquí les comparto una autoentrevista que preparé para acompañar lo otro que sí, que preparé con tiempo pero no me alcanzó.
Esto es lo que salió entre mates y lentes. Esa tarde le pedí a Leti Riolfo que leyera, que me hiciera las preguntas impresas en negrita. ¡Gracias, Leti!
Con el afán de aportar algo que sirva, escribí esto, que igual no sirve de mucho porque no hay mucho para atrapar, pero el intento lo hice.
La posición que ocupamos podría ser la interpretación figurativa del resultado de la ecuación que se genera al vincular las variables que integran esta difusa, comprometida, personal, intangible y autodidacta tarea.
Cri, cri.
Paso.
¿Podríamos resumir la lista con la frase «la concepción de la vida»?
Estas serían algunas de las variables que podría mencionar hoy, con estos años encima, pero todo cambia y a mucha velocidad. Aparecen muchas voces que hablan de que las variables tienen tecnologías que las hostigan. O que las abrazan, dicen otros. Nadie lo sabe y por eso todos opinamos.
¿Qué será de esta charla, de estas opiniones, en quince, diez, cinco o un año?
Puede que aparezca el holograma de un mediador que a través de una inteligencia artificial haga con todas las variables la ecuación perfecta. Quién sabe.
Pero llegó el momento de la equis, la famosa equis de la ecuación, el valor sorpresa que llega cuando ya no quedan más variables por despejar —esperemos—.
La equis, que llega y larga su valor para modificar cualquier resultado, para forzar las cantidades, y se mueve y cambia para enloquecer las gráficas, las pendientes, las tendencias y los límites.
Todos temas matemáticos, o no.
La infancia es esa equis.
Todos temas matemáticos, o no.
Pensar en el rol del mediador a la lectura es una de mis obsesiones; tratar de encontrar el por qué hago lo que hago.
El quehacer de la persona que acerca lectores y lectura me interpela, me hace preguntarme dónde, con quién, cómo, con qué y por qué.
Van a existir tantas respuestas diferentes como mediadores. Todas las respuestas son válidas; cada mediador tiene sus razones para hacer lo que hace. En lo personal, voy a tratar de contestar esas preguntas sobre el rol que creo yo que ocupa el mediador. Como mediadora, me imagino en la biblioteca ideal, con una colección de libros de calidad ética y estética que circulan entre todos los lectores: niños, jóvenes y adultos.
Cuando digo «biblioteca», me adhiero a Geneviève Patte cuando dice que diversidad, encuentro, complementariedad, comunicación y relaciones interpersonales son palabras que caracterizan la cultura de la biblioteca.
Me veo en una biblioteca porque son las instituciones más democráticas que existen, o deberían serlo. Todos podemos acceder a estos espacios y encontrar las respuestas que buscamos.
La biblioteca como lugar de encuentro, en cada barrio, como lugar horizontal, sin jerarquías, donde todos seamos iguales y tengamos acceso a los mismos derechos.
Lo dice Gianni Rodari: «El uso total de la palabra para todos me parece buen lema, de bello sonido democrático, no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo».
Las bibliotecas son instituciones que deben asegurar el acceso a la lectura para todos los ciudadanos. No es necesario que todos sean lectores; si alguien, después de haber aprendido a leer, tras habérsele ofrecido variedad de lecturas y habiendo tenido acceso a las bibliotecas, decide que no le gusta leer, está todo bien. Lo que sí es imperativo es asegurar, por medio de políticas públicas, el derecho de todos a acceder a la lectura, y en eso también deben involucrarse los mediadores.
Por favor, dejemos de romantizar la lectura con eslóganes facilistas: leer no es fácil y la lectura no nos hace mejores personas. En la historia existen grandes bibliófilos que perpetraron grandes atrocidades.
La mediación es una construcción colectiva que no está dada, que se va construyendo y modificando constantemente.
Hay que repensar ese quehacer a diario; también hay que repensar las palabras que usamos para definirnos. No podemos pecar de inocentes; las palabras tienen carga ideológica.
Ana María Bavosi dice que históricamente la lectura ha venido unida a un verbo: incentivar, estimular, promover, fomentar, animar, mediar.
Si bien estos verbos pueden parecer sinónimos, no lo son.
Estimular o incentivar a mí me suena muy imperativo. Aquí lo que hace el mediador es subestimar al otro y tratar de imponer sus lecturas. Ya mencioné que el imperativo no va con la lectura; la lectura se contagia.
Fomentar o promover vienen del mundo del marketing y las ventas. El objetivo de estos verbos es vender, no acercar lectores y lectura.
Animar o mediar son los verbos con los que más cómoda me siento.
Animar es darle alma a la lectura, alma como sinónimo de vida. No confundir con el animador de la fiesta, el que se pone la nariz de payaso para divertimento del resto. La luz no debe estar nunca en el animador; debe estar en el lector, la lectura y el vínculo que surja entre ellos.
Mediar viene del derecho; significa interceder entre dos partes en conflicto. En nuestro caso, las partes son la lectura y el lector, y el mediador trata de acercar a ambos, de ser puente. Mediar es dar de leer, es servir la mesa, es «lecturar», como propone María Emilia López. La lectura como lugar de encuentro, como espacio solidario, como ese lugar hospitalario del que habla Michèle Petit.
Pero, cuidado, no nos vayamos a quedar en el medio, entre la lectura y el lector. Lo que está en el medio obstaculiza, no permite que pase la luz, molesta. Hay que saber correrse, hay que permitir que los roles cambien; no existe en esta relación un vínculo unidireccional, es de ida y vuelta.
Lo primero que debemos tener para ser mediadores es la pasión por la lectura; no podemos acercar, acompañar, invitar o contagiar algo que no sentimos. No concibo un mediador que no sea lector. Tendríamos que volver a preguntarnos: ¿por qué queremos que otro lea si nosotros no leemos?
Hay otras características importantes que debe tener un mediador: la curiosidad, la flexibilidad, la empatía y la escucha atenta. Un buen mediador observa y escucha más de lo que habla.
Las herramientas del mediador son las palabras, la poesía, las nanas, los cuentos, las novelas, los libros informativos, los libros álbum, etcétera.
Parafraseando a León Felipe: yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan solo lo que he visto, y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos.
Debe tener muchas historias que aporten variedad, saber sobre dinámicas grupales y sobre las características e intereses del grupo con el que trabaja.
No basta con conocer dos cuentos para ser mediador; se necesita conocer muchas y diversas historias, se necesitan horas de experiencia y teoría que respalden su quehacer.
Chambers se ha preguntado cuántos libros debe conocer un mediador y llegó al número de 500. Aproximando los números, 150 son libros de ilustraciones, 150 son novelas, 75 son libros de poesía, 75 son libros de cuentos de hadas y tradiciones, 100 son textos ilustrados del tipo que los niños necesitan cuando empiezan a poder leer solos y los últimos 50 no pueden ser clasificados en ninguno de los tipos anteriores. Yo creo que el amigo Chambers se quedó corto: con 500 no nos da ni para empezar.
Pero no hablemos solo de libros. A los que nos gustan las historias nos gustan las narraciones en los formatos más diversos: la narración de cuentos, el cine, la danza, el teatro, la pintura, los memes, la escultura, etcétera.
Y todo lo que dije antes es muy importante, pero si nos falta el amor por lo que hacemos, el querer compartir de forma amorosa y respetuosa con el otro, ¿qué tipo de mediador seremos?
Para terminar, creo que es importante que pensemos por qué queremos que otro lea, y le voy a robar palabras a Gustavo Roldán: «Creo que el mundo es mejor con Homero, con Las mil y una noches , con Cervantes, con Dostoievski, con Kafka, con Borges y Cortázar, con Arlt, con Rulfo y Neruda y Vallejo, y con Bach y Beethoven. Y con el cine y el teatro y con la música popular».
Y siguiendo con el robo descarado de palabras, asalto a Michèle Petit cuando dice que la lectura puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y no solamente objetos de discursos represivos o paternalistas. Por eso está bueno que lean, ¿no? Y más adelante agrega que la lectura puede hacernos más aptos para enunciar nuestras propias palabras, nuestro propio texto, volvernos más autores de nuestra propia vida.